Virginia Woolf es sin duda un personaje importante dentro de la literatura inglesa feminista del siglo XX. Una autora que revolucionó la narrativa y abogó incansablemente por los derechos de las mujeres a través de sus ocho novelas y más de treinta libros de otros géneros.

Entre sus obras figuran La señora Dalloway, Al faro, Las olas, Una habitación propia y la que hoy nos concierne: Flush, publicada en 1933.

¿Por qué hablar de este relato?

De acuerdo con la crítica especializada: “Flush, en otras palabras, es una Woolf en ropa de perro […] Woolf nos habla a través de este perro”.

En este magistral texto, la escritora llega a lo oculto, al alma y psicología de los personajes, usando a Flush, un perro que representa la visión meta humana, bien llevada con un “monólogo canino” que permite al lector conocerlo profundamente.

Así, Flush se convierte en más que una mascota; es un observador silencioso del mundo humano, de sus reglas absurdas, de las limitaciones sociales y de las formas que toma el amor. A través de sus ojos, Woolf nos revela las estructuras de clase, la represión femenina —representada en Elizabeth Barrett Browning—, y la tensión entre domesticación y deseo de explorar el mundo.

Woolf hace que el lector viva la transformación interior del perro como un espejo de la transformación emocional de su dueña. Ambos personajes, en su encierro inicial y su posterior liberación, nos hacen pensar en cuántas veces nosotros también vivimos contenidos, obedientes, adaptados... hasta que algo —o alguien— nos invita a fluir hacia la vida con mayor autenticidad.

En el fondo, Flush representa ser sensible en un mundo insensible, nos habla sobre aprender a ver desde otro lugar, y sobre cómo la vida está llenas de emociones complejas y dignas de ser narradas.

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